Ahí me encontraba yo, en un frío día de otoño en el que el sol palidece ante las obscuras nubes, sentado en la vieja y heredada cama, la del hierro frío y oxidado, la del colchón de orines, la de las manchas amarillas, el frenético y escandaloso olor de la alcoba de mi vecino llegaba hasta mis narices y me sentí nauseabundo.
Acostado sobre mi cama, el viejo colchón se convertía en mi complice, hice un giro de 180 grados, cerré los ojos y apoye mi frente cansada sobre la almohada, los ácaros invadían mi nariz, sentía sus patitas moverse de un lado a otro, pero mi cuerpo los rechazo, adiós.... vuelan en un tornado proveniente de mi nariz, tratan de acercarse nuevamente, pero en este momento solo hay espacio para su figura esa que parásita mi mente y se fija en una esquina de mis recuerdos.
Miro hacia el horizonte ya desconozco los límites del tiempo y el espacio. Su figura, oh su imagen, ojala pudiera describirla, pero es tan tenue, tan fugaz y a la vez tan intensa que no encuentro palabras para hacerlo, y no quiero que te crees una falsa imagen amigo, o es que acaso nunca has pensado que la transmisión de información por palabras no es la más conveniente?, y no me pidas una foto pues podrías escandalizarte.
Ahora, creo que es mi olor, huele como a sui generis, después de mucho tiempo voy a tomar un baño, uno helado y corto, no uso jabón, mi cebo es el mejor humectante, su olor a entrañas me recuerda que aun estoy vivo, seco mi piel, ya me siento más fresco. Voy nuevamente a mi cama, mes siento en ella, miro una montaña de papeles sobre una superficie de madera destruida por la humedad y cubierta de telarañas, ese cipre envejecido al que un día llame escritorio complice de mis secretos y cuna de mi creatividad, me recuerda lo caótico de mi escritura y lo frustrante de mis inicios.
Algún día te encontrare.
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